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Cuando murió Damià, su hijo Biel, nieto del fundador, que acababa de terminar arquitectura técnica entre Barcelona y Londres, y que ya estaba matriculado para seguir estudiando ingeniería industrial en Barcelona, decidió volver y hacerse cargo del negocio familiar. Creía en la recuperación de la arquitectura tradicional y en la promoción del patrimonio y con estos valores inició una nueva etapa de la empresa que ha dado muchos más giros de los que nunca hubiera imaginado.

La pasión por la arquitectura, por la artesanía, y por una forma de entender Mallorca y el mundo, siempre combinada con la vocación de ir más allá, nos han llevado hasta hoy, a una empresa innovadora, todavía centrada en la arquitectura y el diseño tradicional, pero sobre todo contemporáneo e internacional.

La experiencia, un gran equipo, y el apoyo de maravillosos compañeros y de toda la familia, son los pilares para afrontar ahora el futuro, y contribuir, a través de la realización de colecciones, y piezas personalizadas o a medida, a la construcción de un mundo más diverso, más humano y más sostenible.

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Damià Huguet empezó a trabajar en la fábrica familiar. Tenía 16 años, había acabado el bachillerato elemental y decidió no ir a Palma a estudiar, sino quedarse con su madre, en el pueblo, en una Mallorca todavía muy rural que empezaba a cambiar radicalmente con la llegada del turismo. Al principio trabajó junto a Guillem Mas, antiguo socio de su padre, pero a partir de 1971 inició su propio camino, siempre con el apoyo imprescindible de su mujer Magdalena. En aquella Mallorca cambiaron más cosas en 30 años que en los 300 anteriores, y las baldosas de cemento, junto con el terrazo artesanal y toda aquella arquitectura tradicional, humilde y manual, dieron paso a un crecimiento urbanístico desaforado. En aquellos años, Damià se centró básicamente en la fabricación de vigas de hormigón, el principal producto que demandaba el mercado. Su principal interés fue siempre la cultura, en particular la poesía, y la fábrica (en unas décadas muy aburrida) era esencialmente una herramienta para mantener a la familia.

En los años 60 y 70, todas las fábricas de la isla tiraron las viejas máquinas, pero él las conservó, y a principios de los 90, cuando la isla empezaba a darse cuenta de que todo aquel crecimiento descontrolado y la llamada modernidad estaban llenos de errores, intentó recuperar las viejas máquinas. Pero ya estaba enfermo, y tras unos años arrastrando una dura enfermedad, murió en 1996. Le queda el legado romántico y poético de haber realizado las vigas hechas a medida para las dos casas que el maestro Jørn Utzon se construyó en Mallorca. Rigor, humildad, ganas de trabajar con las manos y de hacer las cosas bien. Existencialismo y mucha cultura en unos años muy complejos en una tierra más difícil de lo que muchos podrían pensar.

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Hace ahora 90 años, Biel Huguet (1908) fundó una pequeña empresa dedicada a la fabricación de piezas de cemento. En aquellos años, las baldosas de cemento y multitud de otros productos prefabricados como vigas, balaustradas o fregaderos eran elementos básicos en la arquitectura de la isla. Una Mallorca todavía muy antigua, muy centenaria, que empezaba a industrializarse. Una fábrica como tantas otras. En cada pueblo de la isla, en cada barrio de Palma, había varias. Lo mismo que en la inmensa mayoría de pueblos y ciudades del Mediterráneo occidental. Nuestra historia comenzó en aquellos años de grandes y traumáticos cambios. Una historia que Biel Huguet, hombre emprendedor, entusiasta e innovador, lideró hasta su prematura muerte en 1956. A partir de ese momento, su mujer, Margalida, modista, tuvo que involucrarse en la fábrica mientras su único hijo, Damià (de 10 años), pasaba de niño a joven y, posteriormente, a adulto.