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Damià Huguet empezó a trabajar en la fábrica familiar. Tenía 16 años, había acabado el bachillerato elemental y decidió no ir a Palma a estudiar, sino quedarse con su madre, en el pueblo, en una Mallorca todavía muy rural que empezaba a cambiar radicalmente con la llegada del turismo. Al principio trabajó junto a Guillem Mas, antiguo socio de su padre, pero a partir de 1971 inició su propio camino, siempre con el apoyo imprescindible de su mujer Magdalena. En aquella Mallorca cambiaron más cosas en 30 años que en los 300 anteriores, y las baldosas de cemento, junto con el terrazo artesanal y toda aquella arquitectura tradicional, humilde y manual, dieron paso a un crecimiento urbanístico desaforado. En aquellos años, Damià se centró básicamente en la fabricación de vigas de hormigón, el principal producto que demandaba el mercado. Su principal interés fue siempre la cultura, en particular la poesía, y la fábrica (en unas décadas muy aburrida) era esencialmente una herramienta para mantener a la familia.

En los años 60 y 70, todas las fábricas de la isla tiraron las viejas máquinas, pero él las conservó, y a principios de los 90, cuando la isla empezaba a darse cuenta de que todo aquel crecimiento descontrolado y la llamada modernidad estaban llenos de errores, intentó recuperar las viejas máquinas. Pero ya estaba enfermo, y tras unos años arrastrando una dura enfermedad, murió en 1996. Le queda el legado romántico y poético de haber realizado las vigas hechas a medida para las dos casas que el maestro Jørn Utzon se construyó en Mallorca. Rigor, humildad, ganas de trabajar con las manos y de hacer las cosas bien. Existencialismo y mucha cultura en unos años muy complejos en una tierra más difícil de lo que muchos podrían pensar.